¿No tendrá frío? Es una de esas preguntas que cualquier madre o padre se plantea varias veces cada día (y si hablamos de abuelas y abuelos ya no digamos), sobre todo si somos padres primerizos y nuestro bebé es todavía muy pequeño. Es una angustia atávica que solemos resolver abrigando al bebé más y más.
Este “por si acaso” nos lleva a la inquietante realidad del “bebé multicapa”, ese niño que parece tener dos veces su volumen real debido a las cuatro o cinco capas de ropa que le hemos puesto. Este abrigado no solamente suele ser innecesario, sino que incluso puede resultar contraproducente.

Bebés abrigados, sí; bebés excesivamente abrigados, no. ¿Es difícil alcanzar este punto de equilibrio? No tanto como pudiera parecer. Solamente hay que recurrir al sentido común y apoyarnos en un puñado de buenas prácticas que nos serán de mucha ayuda. ¡Aquí las tienes!
El efecto multicapa
En las tuberías, la multicapa tiene su sentido; en el ser humano, no. Por experiencia propia podrás saber que el número de capas de ropa que puedes ponerte para combatir el frío tiene su límite, y que, como contrapartida, la sensación de acaloramiento que puede provocar el ir como una cebolla es sumamente incómoda.
Si no te fías de tus percepciones e intuiciones (que deberías), intenta recordar tu propia infancia. Es muy probable que a ti también te abrigasen demasiado y que con un pequeño esfuerzo seas capaz de recordarlo (no cuando eras bebé, sino un poco más adelante): el sofoco y las voces de tu madre amenazando si te quitabas una sola de las capas.
Y si tampoco te fías de tus recuerdos… bueno, pues vamos a intentar justificar la afirmación a base de principios físicos y comentarios médicos, a ver si así.
Los niños, pequeñas estufas con patas
Los niños tienen un metabolismo tres veces más rápido que los adultos. Esto quiere decir que generan, aproximadamente, tres veces más calor que un adulto. Queman mucha energía, vaya; Es porque están en pleno crecimiento, y eso genera calor. Así que partimos de la idea de que los niños son pequeñas estufas andantes. Y si se ponen a correr, ya ni hablamos.
Por otra parte, aunque viene a ser lo mismo, también es cierto que los niños pierden calor con más rapidez que los adultos; como ocurre con todos los animales pequeños, es una cuestión de relación superficie-volumen, o ley de Bergmann. Punto para las abuelas. Ahora, que igual que lo pierden, lo ganan; vuelta al empate.
Digamos entonces, a modo de resumen y tratando de ser más precisos, que los bebés tienden a estar calientes, y se enfrían y se calientan rápido. Su cuerpo va a tope; así comen como comen. Así que, salvo en el primer mes de vida (luego hablaremos de esto) y mientras estén creciendo, en situaciones normales poco frío van a pasar.
¿Puede ser perjudicial el calor excesivo para los niños?
Pues sí. En un primer término estaríamos hablando de la simple incomodidad producida por el exceso de calor. Si tu bebé se pone muy colorado y parece agitado o inquieto, podría ser la señal para quitar una capa.
Pero hay más. Un calor fuerte y continuado podría generar fiebre en muy bebés muy pequeños (de menos de tres meses) y febrícula en los que son mayores. Y también afecciones como irritaciones o dermatitis (con la famosa sudamina como protagonista). Ha llegado a hablarse del calor excesivo incluso como un factor asociado al síndrome de muerte súbita del lactante.
Igual que los excesos de calor (y de frío, pero ese no suele darse) son negativos, los cambios bruscos de temperatura también lo son. Ahí las abuelas tienen toda la razón. En realidad suele ser cuando pasamos del calor al frío, principalmente si nuestro hijo ha estado sudando y ese sudor se enfría sobre el cuerpo.

Cómo saber si un bebé tiene la temperatura adecuada?
Pero vamos (por fin) a lo que vamos: cómo saber si nuestro bebé tiene frío.
- La regla de oro: el primer mes, una capa más que los adultos. Los niños menores de un mes no regulan bien su temperatura corporal. Por eso les ponemos un gorrito y, ahí sí, los abrigamos algo más de lo normal.
- A partir de entonces, tiramos de sentido común: ¿tú te metes en el coche con la calefacción, el abrigo, la capucha, la bufanda y los guantes? Pues eso. Es el indicativo de que hay que hacer algunas pruebas.
- ¿Qué pruebas son esas? La primera, como decíamos arriba, unas mejillas demasiado enrojecidas es una primera señal que incita a seguir indagando. Por el contrario, los labios morados…
- El instinto nos lleva a tocar al bebé. Correcto. El lugar más adecuado y cómodo para medir la temperatura es la parte posterior del cuello (las extremidades son más engañosas). Metemos el dedo y si está calentito, el niño está perfecto.
- Cuando estamos en casa, el rango de 20-24 grados centígrados con un par de capas ligeras de ropa es de lo más confortable para los pequeños.
- En la cama, evitamos edredones pesados y, de cara al calor, mantas polares: están hechas de plástico PET (si, como las botellas de plástico), no es transpirable y sofoca más. El algodón y otras fibras naturales son, como siempre, nuestros mejores aliados.
- ¿Recuerdas lo de evitar los cambios bruscos de temperatura? Si descubres que tu bebé tiene calor quítale algo de ropa, pero hazlo gradualmente para evitar disgustos tontos.
- Último consejo: mejor más capas ligeras que menos muy gruesas. Así tienes más margen de maniobra para quitar o poner una si cambia el tiempo o el crío empieza a moverse dándolo todo.
Con la ropa de bebé, la virtud está en el medio
Como pasa con tantas cosas, con la ropa de nuestros hijos hemos de buscar siempre el equilibrio, aunque casi nunca lo alcancemos. Confía en tu instinto y en tu sentido común, lo más probable es que aciertes con la elección de ropa para tu hijo en casi todas las ocasiones.